¿Y si hemos estado viviendo mal todo el rato?
He encontrado la vida que quiero y no sé cómo llevármela a casa
¡Ey, amiga! Hoy te escribo desde un pueblo de 1500 habitantes en el centro de Alemania donde la vida va tan despacio que casi puedes escuchar crecer la hierba. Y no, no es una metáfora hippie, es literal: aquí el sonido más fuerte que escuchas son los pájaros discutiendo sobre quién se queda el mejor gusano del día.
Acabo de llegar, así que estoy en pleno proceso de desaceleración.
Y una de las cosas que más me está impactando no es solo el ritmo, sino la ausencia total de esa lista interminable de tareas por cumplir que normalmente me persigue como un fantasma insistente.
Bienvenida al slow life de verdad
La casa donde me alojo no tiene cortinas. Ergo, te despiertas cuando sale el sol, (ole esos ritmos circadianos que tanto nos venden en Instagram pero que nunca conseguimos seguir porque vivimos como topos urbanos).
El día comienza temprano y con energía, no con esa sensación de "¿otra vez hay que levantarse?" que nos acompaña habitualmente.
Horarios alemanes: esto es comer a las 12h y cenar a la hora de nuestra merienda. A las 6 de la tarde cierran las tiendas y aquí no hay drama, ni carreras de última hora al supermercado para pillar algo para cenar.
El pueblo respira silencio y calma. No hay gritos, nadie va con prisa, la gente se saluda por la calle y sonríe. ¡SONRÍE! Sin conocerte de nada.
Todo invita a la quietud, a respirar, a tomarse la vida con otro ritmo. Más desde la calma, más desde el centro. Casas llenas de madera y materiales sostenibles, jardines verdes rebosantes de árboles frutales, pocos coches.
Es como si hubiera aterrizado en el anuncio de una marca de yogures ecológicos, pero resulta que es la vida real de esta gente.
Y lo más loco de todo: el día consiste en levantarse y pensar "¿qué nos gustaría hacer hoy?" Ayer nos fuimos a un campo de fresas con un par de cestas a recoger fresas. Solo porque sí, porque era lo que nos apetecía hacer. Por la noche hicimos mermelada y tarta de fresas. Sin prisas, sin mirar el reloj, sin esa sensación constante de "tengo apenas media hora porque luego vienen tropecientas cosas más que hacer".
Y ahí, entre fresas y mermelada, me di cuenta: he encontrado la vida que quiero y no sé cómo llevármela a mi mundo real.
El proceso de desaceleración (y la resistencia interna)
Llevo aquí pocos días y ya estoy notando cosas que había olvidado.
Mi cuerpo se está relajando de una forma que había olvidado que era posible. Mi mente va dejando de correr como un hámster en su rueda. Es curioso cómo el organismo se va adaptando al ritmo real cuando le das permiso.
Peeeero, siempre hay un pero por ahí… soy muy consciente de que esto son vacaciones.
Porque aunque seguiré sin trabajar cuando vuelva a casa, llegará el día en que las vacaciones se acaben y toque volver a la rutina normal. Quizás no sea ahora en verano, pero septiembre llega, vaya si llega, no falla ni un jodido año.
Y ahí está la pregunta del millón:
¿Cómo mantienes algo de este flow cuando las obligaciones te esperan como un comité de bienvenida chiflándote con el matasuegras desafinado en el oído?
La cruda realidad del slow life en la vida rápida
El problema del slow life no es el concepto. El problema es que se ha convertido en otro ideal imposible más que añadir a nuestra lista de "cosas que deberíamos estar haciendo". Como si pudiéramos cambiar nuestro ritmo vital igual que cambiamos de canal cuando la peli no nos gusta.
La verdad es que la mayoría de nosotras no vivimos en pueblos alemanes idílicos. Vivimos en ciudades donde los horarios no son negociables, donde el tráfico forma parte del día, donde los niños tienen extraescolares, donde las responsabilidades laborales son reales y donde todo funciona a un ritmo diferente.
¿Entonces qué?
¿Nos resignamos a ser hámsteres en ruedas para siempre?
¿O tiramos todo por la borda y nos mudamos a un pueblo perdido a cultivar lechugas? (Por tentador que suene algunas mañanas de lunes).
En mi libro Mujer Pluma profundizo en esto: cómo pasar del látigo de la autoexigencia constante a la ligereza de decidir conscientemente dónde poner tu energía, incluso cuando las circunstancias no son las ideales.
Pequeñas dosis de pluma en medio del caos
Creo que la clave no está en revolucionar tu vida entera, sino en encontrar pequeñas grietas de calma en medio del caos. Yo lo llamo plumificar tu día a día: pequeños momentos donde cambias el látigo de la autoexigencia por la ligereza de la pluma.
Lo que a mí me funciona (cuando me acuerdo):
Esa primera taza de café antes de que se despierte la casa (sola y en silencio).
Respirar consciente 15 segundos: solo 3 respiraciones profundas, nada más.
Poner una canción que me gusta y bailarla y cantarla con ganas, aunque mis gallos sean tan épicos que ni el gallo del corral se atrevería a tanto.
Simplemente parar un momento y observar algo, intentando describirlo con mucho detalle, como si tuviese que explicar lo que veo a una persona ciega.
Salir a la terraza un minuto y simplemente mirar lo que hay en la calle.
No son grandes cambios. No van a transformar tu vida en un retiro budista. Pero son pequeñas anclas de calma que puedes llevar contigo cuando vuelva la locura de siempre.
La verdad sobre el ritmo
Aquí, en este pueblo alemán perfecto, he redescubierto algo que había olvidado: mi ritmo natural. No el que me imponen las responsabilidades, los horarios o las expectativas. El mío. El de verdad.
Y resulta que ese ritmo existe, aunque esté enterrado bajo capas de prisas y urgencias que a veces no son tan urgentes. La cuestión no es cambiarlo todo de golpe, sino ir rescatando pequeños pedacitos de ti misma, de tu tempo real, del derecho a no ir corriendo a todas partes como si se fuera a acabar el mundo.
En mi libro Mujer Pluma hablo mucho de esto: de cómo pasar del látigo de la autoexigencia constante a la ligereza de decidir conscientemente dónde poner tu energía.
No se trata de ser menos responsable, sino de ser más inteligente sobre cómo gestionas tu tiempo y tu cabeza. Y amiga, el momento perfecto para averiguarlo es ahora antes de que llegue septiembre con toda con toda su artillería pesada.
Porque al final, el slow life no es una postal de Pinterest.
Es recordar que tienes derecho a respirar, aunque sea entre semáforo y semáforo.
Ahora mismo estoy aquí unos días más, disfrutando de este ritmo irreal pero sanador. Y sí, cuando llegue septiembre (porque llega, joder, que si llega) probablemente esté otra vez con mi agenda normal.
Pero me llevo esto: la certeza de que otro ritmo es posible, aunque sea a pequeñas dosis, aunque sea imperfecto, aunque no parezca gran cosa.
Y tú, ¿cuándo fue la última vez que sentiste tu ritmo real? Te leo :)
PD: Y si quieres profundizar en todo esto del concepto Mujer Pluma y cómo la IA puede ayudarte en este proceso, aquí tienes mi libro completo. Spoiler: no prometo transformaciones épicas, pero sí maneras de no acabar como un pollo sin cabeza todos los días. Y mucho humor, eso también.
Me ha encantado como describes tu experiencia en el pueblo alemán. Es como si pudiera sentir la calma en primera persona. 😍 A veces se nos olvida que podemos ir lento, que pequeñas acciones cambian nuestro día a día. ✨ Nací en una ciudad muy caótica y durante muchos años viví a ritmos frenéticos, poco a poco y a raíz de mudarme a España, me doy permiso de ir a otro ritmo. 🙏