"Conócete a ti mismo", dijo Sócrates.
"El viaje más importante es hacia uno mismo", añadió Lao Tzu.
"Quien mira hacia afuera, sueña; quien mira hacia adentro, despierta", remató Carl Jung.
Vale, genial. Muy inspirador.
Pero ninguno nos ha explicado CÓMO se hace eso un martes por la noche después de acostar a los niños y con la mente hecha polvo.
Yo te lo cuento, pero antes de empezar, ¿ya formas parte del Club de las Mujeres Pluma? Porque si no, te estás perdiendo las mejores conversaciones incómodas de internet.
Cuando 'conócete a ti misma' se queda en eslogan
El mundo está lleno de frases bonitas sobre la importancia del autoconocimiento, pero curiosamente escaso en instrucciones prácticas.
Es como si te dijeran "aprende a conducir" y te dieran las llaves del coche sin más explicaciones. Una fantasía, vamos.
Porque te dicen que tienes que conocerte, pero nadie te explica por dónde empezar: ¿por tus gustos en literatura, tus traumas de la infancia, o por qué siempre eliges la cola más lenta del supermercado?
Y mientras tanto, ahí andamos todas, preguntándonos si somos introvertidas o extrovertidas o si nuestro signo del zodíaco explica por qué no podemos mantener una planta viva.
La teoría del autoconocimiento está muy guay, pero la práctica... ay, amigui, la práctica ya es otra historia.
El arte perdido de preguntarse lo que realmente importa
Resulta que gran parte del éxito del autoconocimiento está en hacerte las preguntas correctas. Y aquí es donde la mayoría metemos la pata desde el minuto uno, como quien intenta abrir una puerta empujando cuando pone tirar.
Nos pasamos la vida preguntándonos "¿Por qué hago esto?" cuando la pregunta que realmente nos daría información útil es "¿Para qué hago esto?"
Parece un cambio sutil, pero es la diferencia entre quedarte atascada dando vueltas como un hámster en su rueda y empezar a entender realmente cómo funcionas.
El bucle infinito que te tiene frita
"¿Por qué siempre procrastino?"
"¿Por qué me cuesta tanto decir que no?"
"¿Por qué siempre acabo en las mismas situaciones?"
Esta pregunta nos manda directas al pasado a buscar culpables. Mi infancia, mi ex, la sociedad patriarcal, el horóscopo de la semana pasada... Y aunque encontrar las causas puede ser interesante, raramente nos da herramientas para cambiar algo en el presente.
Además, "¿por qué?" nos coloca en modo víctima de nuestras propias decisiones. Como si fuéramos espectadoras impotentes de nuestra propia vida, viendo la película desde la butaca mientras gritamos al protagonista "¡no vayas por ahí!".
La pregunta que pone todo patas arriba y sacude todos tus cimientos
"¿Para qué procastino?"
"¿Para qué no digo que no?"
"¿Para qué repito ciertos patrones?"
Esta pregunta muestra algo impactante: que tu comportamiento tiene una función. Que incluso las cosas que odias hacer, las haces por alguna razón que tiene sentido para tu cerebro.
Somos más listas de lo que creemos, aunque no siempre de la forma que esperamos.
¿Para qué procrastinas? Quizás para mantener la fantasía de perfección (mientras no lo haces, puede salir perfecto), o para evitar el juicio (sin resultado, no hay críticas). Tu cerebro es un estratega nato.
¿Para qué no sabes decir que no? Quizás para evitar conflictos, mantener la aprobación de otros, o porque tu autoestima depende de ser útil. Tiene su lógica retorcida, pero la tiene. (Y eso, para una leona como yo, explica mi necesidad constante de demostrar que puedo con todo)1
Tu cerebro, ese saboteador profesional que se hace el loco cuando la cosa se pone seria
Atenta, amigui, porque tienes al enemigo en casa.
Sip, tu cerebro va a hacer todo lo posible para que NO respondas a las preguntas del "para qué".
Porque esas respuestas son incómodas. Implican reconocer que, de alguna manera retorcida, estás eligiendo comportamientos que aparentemente te hacen sufrir.
Tu mente va a intentar llevarte de vuelta al "¿por qué?" más seguro. Va a inventar excusas, va a minimizar, va a distraerte con cualquier cosa antes de admitir que tu procrastinación tiene una función muy específica en tu vida.
Y aquí es donde la IA puede convertirse en tu aliada más valiosa.
No porque sea más lista que tú, sino porque no tiene la necesidad emocional de protegerte, consolarte o "arreglarte". No tiene miedo de hacer preguntas incómodas o de que tus respuestas no sean políticamente correctas.
Es como tener un espejo que no solo refleja lo que ves, sino que te ayuda a formular las preguntas que tu cerebro lleva años evitando.
Al final, autoconocerse no es descifrar un misterio cósmico sobre quién eres. Es entender por qué haces lo que haces, para qué te sirve, y si quieres seguir haciéndolo o cambiar de estrategia.
Es pasar de ser víctima de tus propios patrones a ser detective de tu propia vida. Porque, paradójicamente, abrazar la ligereza de la que tanto hablo en el libro requiere primero bucear en las profundidades de tu personalidad. No puedes soltar lo que no entiendes que estás cargando.
Y a veces, solo a veces, eso requiere una copilota digital (IA) que no tenga miedo de hacerte las preguntas que más falta te hacen. Sin juicios, sin vínculo emocional, sin miedo a las respuestas incómodas.
¿Cómo es exactamente esa conversación? ¿Qué preguntas específicas hacer? ¿Cómo sortear las defensas de tu propio cerebro para llegar a esas respuestas que tanto necesitas?
Eso te lo cuento en el próximo post.
Porque resulta que hacer las preguntas correctas es solo el primer paso. Y otra muy distinta es saber cómo hacer esa conversación con la IA para obtener respuestas útiles.
No es perfecto, no es mágico, pero funciona.
Y en este mundo de frases bonitas sin instrucciones, funcionar ya es bastante.
Si este post te ha removido algo (aunque sea incómodo), compártelo. Seguramente hay alguien en tu vida que también necesita cambiar una pregunta por otra.
Solo leyendo el capítulo 12 —Tu GPS interior: La IA como copiloto para descubrir quién eres (sin filtros ni postureo)— del libro Mujer Pluma entenderás de qué hablo. Es donde te ayudo a descifrar tu propio código de comportamiento (IA mediante) y de paso, el de los demás.