La épica del agotamiento (cuando parar se volvió el nuevo pecado capital)
Reflexiones desde el epicentro mundial de la juerga
¡Ey, amigui!
Ya de vuelta en casa, te escribo desde mi Pamplona natal, en pleno epicentro de la fiesta mundial. El domingo empezaron los Sanfermines y aquí la cosa está que arde.
Yo, que vengo del pueblo alemán más zen del universo, siento como si hubiera aterrizado en otro planeta donde el volumen está a tope y todo el mundo ha decidido que dormir está sobrevalorado.
Pero este año, con mis niveles de consciencia encendidos cual luces de nave espacial, me ha saltado una reflexión que no había tenido antes.
Y sí, pienso compartirla contigo. Pero antes de seguir, ¿ya formas parte del Club de las Mujeres Pluma? Si aún no te has unido, ¡dale, mujer, es solo un clic!
Cuando Pamplona tenía más sentido común que nosotras
Recuerdo perfectamente cómo era Pamplona después de los Sanfermines cuando era una jovenzuela fresca y lozana. La ciudad entera parecía exhalar la madrugada del 15 de julio. Los bares cerraban, las tiendas bajaban las persianas, y durante días Pamplona se convertía en una ciudad fantasma.
Era como si toda la ciudad hubiera corrido una maratón y necesitara recuperarse.
Y lo hacía.
Sin disculpas, sin excusas, sin esa culpa de "debería estar siendo productiva".
Simplemente paraba.
Los hosteleros, que se habían matado trabajando durante nueve días seguidos con millones de personas en una ciudad de 250.000 habitantes (imagínate el caos), cerraban sus locales y desaparecían del mapa.
Era lo normal.
Era lo lógico.
Era lo sano.
El misterio del presente (o cómo perdimos el manual de instrucciones de la vida)
Ahora, no sé por qué, eso ya no pasa.
Algunos bares y restaurantes siguen cerrando después de las fiestas, pero ni por asomo como antes. La mayoría abren al día siguiente, como si esos nueve días de locura hubieran sido un martes cualquiera.
No tengo ni idea de por qué ha cambiado esto.
Pero lo que sí sé es que hemos normalizado algo que me parece una locura: que después de épocas intensas... no hay descanso.
La épica del agotamiento (aka la carrera de fondo más absurda del planeta)
En algún momento hemos decidido colectivamente que parar después de dar el máximo es señal de debilidad.
Que si puedes seguir, debes seguir.
Que el descanso hay que ganárselo... pero nunca lo suficiente como para tomárselo de verdad.
Veo esto constantemente, y si te fijas un poco, seguro que tú también.
Madres que después de semanas intensas con niños enfermos se sienten culpables por necesitar un día de sofá. Profesionales que tras cerrar proyectos importantes llenos de horas extra se apuntan inmediatamente al siguiente. En todas nosotras, que después de dar el 110% en cualquier área de la vida, nos sentimos raras si necesitamos parar.
Como si el descanso fuera vagancia disfrazada.
Como si nuestro cuerpo y nuestra mente no necesitaran esos momentos de "ciudad fantasma" para procesar, recuperar y volver a ser personas.
El problema de fondo: sentimos que valemos por lo que hacemos (la estafa del siglo)
Creo que el problema tienes raíces mucho más profundas. En algún momento hemos interiorizado que nuestro valor como personas está directamente relacionado con lo que conseguimos, lo que producimos, lo que logramos.
Como si fuéramos máquinas que se miden por su rendimiento y no seres humanos que simplemente... son.
Esta creencia tóxica nos tiene atrapadas en un ciclo perverso: si paro, no produzco. Si no produzco, no valgo. Si no valgo, ¿qué sentido tiene mi existencia?
Y claro, con esta lógica de mierda, parar se vuelve imposible. No es solo que no tengamos tiempo para descansar; es que no nos sentimos con derecho a hacerlo.
Porque como mujeres, tenemos el handicap añadido de siglos diciéndonos que somos buenas si damos, cuidamos y producimos. Que nuestro valor viene de nuestra utilidad.
Sí, amiga, llevamos siglos aprendiendo que parar es egoísmo, que nuestras necesidades van al final de la cola, que descansar cuando otros nos necesitan es ser mala madre/pareja/hija.
Así que con esa mochila, descansar se vuelve casi revolucionario.
Permiso para ser ciudad fantasma (y otras rebeldías que necesitas en tu vida)
Era exactamente lo que hacía Pamplona después de los Sanfermines: existir sin tener que demostrar nada a nadie durante un tiempo. El descanso real - ese aburrido, sin agenda ni propósito productivo.
Y me pregunto: ¿qué pasaría si nos diéramos permiso para tener nuestros propios "post-Sanfermines"?
¿Qué pasaría si después de períodos intensos (una mudanza, un proyecto importante, una época difícil con los niños, una semana de mil reuniones) nos permitiéramos simplemente parar?
No hacer planes. No ser productivas. No aprovechar para ponerse al día con nada.
Solo parar. Como hacía Pamplona. Como sabían hacer nuestros cuerpos antes de que les enseñáramos que descansar era sospechoso.
Quizás el problema no es que necesitemos descanso.
El problema es que hemos olvidado cómo dárselo.
En el libro me meto a fondo en este tema porque resulta que somos unas ignorantes del descanso real. Resulta que hay más tipos de descanso de los que creemos y nosotras solo tiramos de uno: dormir. Y muchas veces ni eso lo hacemos bien.
Es como si estuviéramos intentando nutrirnos solo con pan cuando necesitamos una dieta completa. Pero no nos han enseñado que existe el resto del menú.
Al final, se reduce a algo revolucionario: darnos permiso para parar.
Porque resulta que el descanso no es vagancia disfrazada ni un premio para las que "se lo merecen". Es supervivencia pura. Es rebelión contra un sistema que nos quiere agotadas y complacientes. Es el acto más político que puedes hacer en un mundo obsesionado con exprimirte hasta la última gota.
Así que la próxima vez que sientas culpa por parar, recuerda: Pamplona sabía algo que nosotras hemos olvidado. Y es hora de recuperarlo.
¿Te has dado alguna vez permiso para ser "ciudad fantasma" después de épocas intensas? ¿O también sientes esa presión de seguir, seguir, seguir? Te leo en los comentarios 👇
No es la primera vez que hablo sobre el descanso por aquí. Si quieres saber qué hice el día que quería tomarme la mañana para mí pero mis obligaciones gritaban tan alto que casi me quedo sorda, puedes leerlo aquí.
Hemos confundido descansar con fallar, como si parar nos quitara valor. Y al final el cuerpo te lo cobra igual, con intereses. Reaprender a parar también es trabajo interno.